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EN LA CIMA

Estaba sentado, como de costumbre, en la cima del resbalín más alto de la plaza. Leía el diario. El crucigrama era especialmente difícil, pues todas las respuestas eran razas de gatos, y no me sabía ninguna. De repente, mientras negaba con la cabeza al escribir “pastor alemán”, se me acercaron unos niños. Habló el más pequeño, montado en un triciclo y comiendo un helado de agua transparente, de apariencia insípida. Me dijo que él y sus amigos discutían sobre cuál de los dioses griegos era el mejor, el más choro, el top dog, etcétera. Pero no llegaban a un acuerdo, así que me vinieron a preguntar a mí, un completo extraño. La escena se me hizo bien curiosa, y no me refiero al hecho de que estos niños casi en pañales discutieran sobre mitología griega, sino que no supieran la respuesta correcta. 

—Es Ares, por supuesto —les dije, confianzudo. 

Y de ahí un silencio mortal. Los niños callados, el helado derritiéndose, las inesperadas plantas rodadoras. Parecía haber dicho lo único que no debía decirse.

—Cómo va a ser Ares, viejo tonto —me respondió uno de los niños.

—Ese hueón es un completo perdedor —dijo otro. 

—Luego va a decir que Áyax el pequeño era el héroe más grande—finiquitó el último.

No me enojé por la falta de respeto, solo me puse terco y les debatí a estos sin vergüenzas. 

—Pero Ares es el dios de la guerra, claramente nadie podría derrotarlo —dije pensando en el único dios griego que me sabía aparte de Zeus y Poseidón.

En este punto los niños comenzaron a vomitar conocimiento, uno a la vez. Y como eran tres los llamaré Hugo, Paco y Luis.

—Se nota que este anciano no cacha ni una. ¿No sabe acaso que Ares fue derrotado una y otra vez por Atenea durante la Ilíada? Es una clara muestra de que la ira y la violencia irracional nada pueden hacer contra el combate justo y sabio —dijo Hugo.

—Exacto, también perdió contra dos gigantes que lo amarraron con unas cadenas y lo metieron en una urna. El tonto estuvo trece meses metido ahí dentro hasta que Hermes y Ártemis lo rescataron. Ares sintió tanta vergüenza que no pudo dar la cara en el Olimpo por semanas, meses. Creo que el hueón aún no va, por eso no lo invitan al grupo de Facebook ni al de Whatsapp —dijo Paco. 

—Y aunque eso no hubiese pasado, en el Olimpo es súper común burlarse de él. Ya fuera por sus múltiples derrotas, o por aquella vez que Hefesto lo atrapó en la cama con Afrodita y lo humilló amarrándolo con una red invisible. ¡Ni siquiera sabía salir bien parado de sus amoríos! —terminó Luis.

—Bueno pero…a ver, ¡y eso qué importa! —grité sin saber qué decir ni pensar.

Entonces me levanté enojado, dispuesto a dejar la plaza, cuando tropecé y caí de cara por el resbalín. Aterricé en la tierra, todo sucio y adolorido. 

—¡Hugo, Paco, Luis! ¿Qué están haciendo? —dijo un mujer preocupada—. Ayuden a ese pobre niño.

—Pero mamá, dijo que Ares era el héroe más grande del Olimpo.

—¡Qué! Entonces déjenlo tirado, nomás. Por imbécil. Y vámonos ya que la estupidez se pega. 

—Sí, mami. 

Los niños arreglaron sus cosas, se acercaron a su madre y caminaron juntos hacia el horizonte. La vergüenza me carcomía y mi día estaba arruinado. ¿Acaso no había algún dios atento a estas atrocidades? ¿Alguien que hiciera pagar a seres inmundos y despiadados como aquellos? 

Entonces, mientras seguía tirado en el suelo, alcé la mirada al cielo. Varias nubes surcaban los aires. Algunas grandes y otras pequeñas. Fue durante esa contemplación que vi, o creí ver, una nube con la forma de Ares. Con su capa, casco espartano, lanza y escudo, parecía estar listo para el combate. Esa imagen me dio la confianza necesaria para ponerme de pie, sacudirme la tierra y volver a la cima del resbalín. 

Allí seguía el diario de antes. Lo tomé, decidido, saqué mi lápiz y leí una pista al azar del crucigrama de razas de gatos. 

                                                                                          7. Relativo de Persia.

Ahora todo estaba claro. Se trataba del gato…

                                                                                          Persa Biobío

Sí, eso debía ser. Y con una buena ya me sentía satisfecho, así que me puse a hojear las demás páginas del diario. Tras pasar muchos artículos aburridos, encontré la reseña retro de una vieja película de Disney, Hercules. No la había visto, pero me puse a leer de inmediato, entusiasmado. De seguro aquí hablarían bien de Ares. La reseña hablaba de la buena animación, de la espectacular banda sonora, de Danny DeVito en su papel de Phil, y de James Woods como Ares —aquí mi corazón se aceleró en un dos por tres—, el carismático dios del inframundo. 

¿Ah? Ese es Hades. Hades, no Ares. Son muy diferentes. El crítico se equivocó. Y el editor también por no ver un error tan obvio. Qué desastre, este es un verdadero desastre. 

Seguí leyendo con la esperanza de que mencionaran al dios de la guerra, pero nunca pasó. 

Nunca pasó nada, en realidad, que reivindicara la figura del dios mediocre que representaba uno de los peores impulsos humanos. 

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